lunes, 22 de febrero de 2010

¿CUÁNDO SE SALVÓ CHILE?



Dr. José Piñera



Cuando Chile celebre su bicentenario como nación independiente el año 2010, es muy posible que ya sea un país desarrollado. Algún historiador, economista o político se preguntará: ¿Cuándo se salvo Chile? (Una pregunta quizás menos dramática pero, sin duda, tan importante como la del personaje Mario Vargas Llosa que se interroga al comenzar su novela Conversación en la catedral: “¿Cuándo se jodió Perú?”). La respuesta será que Chile se salvó durante la tormentosa década de los 70. En esos años convirtió su mayor crisis del siglo XX en la oportunidad de realizar una verdadera revolución por la libertad.



Incluso es posible que 1973 sea visto, con la perspectiva de la historia, como el comienzo del final de una época –a nivel mundial- caracterizada por el avance del comunismo y de las fórmulas económicas estatistas.



En Chile ese año el comunismo sufrió su primera derrota en la Guerra Fría y así se demostró que existía en el mundo occidental la voluntad de tener lo que, hasta entonces, parecía el avance incontenible del socialismo marxista.



También en Chile –modelo de las estrategias de crecimiento basadas en la sustitución de importaciones y en el intervencionismo estatal- se inicia en el 1973 una liberalización radical de la economía y de la sociedad.



Se abrió la economía a la competencia internacional; se privatizaron la mayoría de las empresas estatales; se eliminaron los monopolios empresariales y sindicales; se flexibilizó el mercado del trabajo; se creo un sistema privado de pensiones y de salud; se abrieron sectores enteros como el trasporte , la energía, las telecomunicaciones y la minería a la competencia y a la iniciativa privada; se formuló un enfoque tecnificado para combatir la pobreza, a través de subsidios focalizados en los más pobres ; en fin, se realizó una amplia tarea de desregulación y perfeccionamiento de los mercados así como de apertura de áreas a la inversión privada.



Una vez que maduraron estas reformas y restablecidos los equilibrios y restablecidos los equilibrios macroeconómicos tras la crisis que sufrió toda América Latina entre 1982 y 1984, el país comenzó a crecer a tasas anuales promedio de 7%, doblando así su PGB en el período 1986-1995. Subieron fuertemente las remuneraciones, cayó el desempleo y se redujo la pobreza. Todo en el marco de una economía cuyos parámetros básicos son incluso mejores que aquellos de los países desarrollados (superávit fiscal, deuda pública baja, abultadas reservas internacionales, moneda cada vez mas fuerte).



La contribución histórica de la revolución liberal será haber hecho posible, entonces, que Chile se convierta en un país desarrollado en la primera década del siglo XXI.



También este proyecto fue la causa mas importante de que Chile pudiera volver a un régimen democrático, el cual aunque todavía imperfecto, esta libre de los antagonismos brutales que causaron su autodestrucción en 1973. Al abrirse amplios espacios para una efectividad económica y social, se genero el completo indispensable de la libertad política y se evitó que la naciente democracia cayera en una nueva crisis.



Ha surgido, sin embargo, la pregunta inevitable: ¿Es razonable pedirle a gobiernos democráticos que avancen en las reformas estructurales pendientes, por ejemplo en la salud y la educación, o que resuelvan en forma integral los desafíos que crea el desarrollo exitoso, como la congestión y la contaminación?



Nuestra inequívoca respuesta es sí. Porque la esencia de la revolución liberal chilena no fue el uso de la fuerza, sino el poder de una idea –la libertad integral- promovida por un equipo comprometido con ella y dispuesto por la lucha por cambiar a un país.



EL MITO DE LA FUERZA

Las grandes crisis generan grandes oportunidades. El gobierno del Presidente Salvador Allende (1970-73) no sólo provoco un caos económico sino que también violó reiteradamente la Constitución. Así lo afirmaron en históricos pronunciamientos tanto la Corte Suprema como la Cámara de Diputados (ver La Cámara acusa” Economía y Sociedad N° 44, diciembre 1985).



La intervención de las Fuerzas Armadas chilenas no fue, entonces, el clásico golpe latinoamericano en que un caudillo militar se toma el poder político, sino una acción institucional para evitar una dictadura comunista en Chile.



Más aún, es muy posible que al evitar una segunda Cuba en América Latina, los militares chilenos cambiaron el curso de la historia en este continente (¿Habrían resistido los países andinos la influencia y el intervencionismo de un Chile comunista actuando en conjunto con Fidel Castro, todo agravado por el terrorismo anclado en esos países, el narcotráfico y los demagogos populistas que gobernaron en los setenta y ochenta?).



El gobierno que surgió de esa acción le propuso al país el 11 de agosto de 1980 –la fecha clave en que se decidió la transición- una Constitución democrática, donde se establecía un plazo impostergable (marzo de 1990) para el fin de los estados de excepción popular, y un mecanismo ad hoc de plebiscito/elecciones para la decisión presidencial. El gobierno cumplió su promesa, acató la Constitución y los resultados electorales, transfirió el poder a la sociedad civil y ratificó así su legitimidad histórica.



La acción condenable de ese gobierno fue haber tolerado que en el combate al terrorismo, y especialmente en los primeros años, no se respetaran las garantías individuales de todos los chilenos. Es verdad que la acción violenta de los grupos de ultraizquierda es el antecedente fundamental de los posteriores excesos y que el combate al terrorismo en todo el mundo se da en las fronteras entre lo legal y lo ilegal. Aun así, las autoridades debieron haber extremado control sobre los servicios de seguridad y haber investigado y castigado de manera ejemplar los delitos que miembros de ellos pudieren haber cometido.



Las consideraciones anteriores son importantes pues ayudan a comprender que nada tiene que ver con la revolución liberal con el uso de la fuerza. Por otra parte, ninguna de las reformas liberales requirió el empleo de la fuerza para ser implementada. Fue tan poderosa la dinámica de la libertad individual de elegir que tenían impresa cada una de las reformas estructurales que no había lugar para acciones colectivas de signo violento.



LA IMPORTANCIA DEL EQUIPO

Si no fue la fuerza el factor clave del modelo chileno, ¿Qué fue lo determinante sin lo cual un gobierno democrático, militar, teocrático o de cualquier otra naturaleza no puede hacer una revolución liberal?



El factor clave del éxito del modelo chileno de economía de libre mercado y transacción a la democracia fue un equipo de profesionales, principalmente economistas, independientes del establishment nacional, convencidos de que la libertad funciona y dispuestos a entrar a la vida publica para darle un golpe de timón al país.



En los primeros meses, el gobierno surgido de la intervención militar del 1973, carente de un proyecto económico propio, recurrió al consejo de las más variadas personas, cuyo único lazo común era haber sido opositores al gobierno marxista. Se escuchó a empresarios, ingenieros destacados, abogados de prestigio, ex ministros de distintos gobiernos y a economistas.



De esta inusual contienda de competencia, el Presidente Pinochet –y aquí está su gran merito en este campo -eligió al equipo de economistas liberales formado, mayoritariamente, en la Escuela de Economía de la Universidad Católica de Chile y con postgrados en las mejores universidades norteamericanas, convencidos de la importancia de los mercados libres y competitivos en la asignación de recursos, de los equilibrios macroeconómicos para generar estabilidad, y de la virtudes de una sociedad libre. Fue precisamente esta convicción lo que le otorgó este equipo la fuerza moral para hacer las reformas requeridas enfrentando muchas veces intereses de empresarios y sindicatos monopólicos.



La verdad es que todos estos avances se hicieron contra viento y marea, con enorme oposición dentro y fuera del gobierno. Aquí se demostró una de las virtudes de todo equipo: la cohesión de sus miembros ante las críticas, las presiones y altibajos propios de todo proceso de cambios estructurales.



Hacía mucho tiempo que Chile venía siendo sentido y pensado en términos de parcialidades. Lo percibieron y lo concibieron así los partidos políticos, los sindicatos, los gremios empresariales, los colegios profesionales, en fin, cada uno de los grupos organizados de presión.



En el régimen del Presidente Pinochet esta degradación de la acción política fue desterrada. Colaboraron en ello dos grupos profesionales de formación muy diferente, militares y economistas, unidos sin embargo, por un interés: el engrandecimiento de Chile. Los primeros veían este desafío con la óptica de una estrategia planificada centralmente, propia de su formación orientada a actuar en circunstancia extremas de carácter bélico. Los economistas, en cambio, centraban su acción en ampliar las libertades y la igualdad de oportunidades, ideas propias de una sociedad libre en tiempos de paz. No obstante la dramática diferencia entre ambos puntos de vista, se generó una colaboración fecunda y de trascendencia histórica.



En realidad, cada decisión y cada reforma tuvo que ir siempre acompañada de una ardua labor de convencimiento al interior del gobierno y de batalla comunicacional hacia al exterior. Los economistas se transformaron en conferencistas, editorialistas, columnistas, miembros de programas de debates en radios, e incluso comentaristas en los noticieros de televisión. Lo destacable es que, sin que existiera un plan maestro de comunicaciones, el mensaje siempre tuvo la coherencia que genera credibilidad.



Fue la influencia decisiva de este equipo liberal la que hizo la diferencia entre lo que pudo haber sido un gobierno militar latinoamericano más, como tantos que entraron sin pena ni gloria a la historia, y un régimen cívico-militar que, paradójicamente, utilizó su control transitorio y excepcional del poder político para producir la mayor desconcentración de poder económico y social jamás ocurrida en Chile.



La correcta interpretación de lo que sucedió en Chile es importante no sólo en términos históricos si no también por sus enseñanzas para el futuro. Si la revolución liberal fue posible fundamentalmente por el poder de una idea llevada a cabo por un equipo, entonces esos cambios revolucionarios se pueden realizar a cabo tanto en un sistema democrático como en un autoritario.



No hay nada, entonces, inherente en un sistema democrático que impida realizar una revolución liberal. Lo que se requiere son equipos liberales coherentes y decididos y líderes políticos que respalden a esos equipos en los buenos y en los malos tiempos.



Es esperanzador –y sintomático- que estas dos condiciones se están dando, en algún grado, en nuestros tres países vecinos, creando un futuro económico brillante para el Cono Sur de América.



El modelo liberal chileno ha generado una oportunidad histórica. El desafío de la próxima década para Chile y para América Latina será aprovechar esta oportunidad y salir de una vez por todas del subdesarrollo, la pobreza y la ignorancia.



* Publicado en Economía y Sociedad N°79; 1° de julio, 1996.

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